miércoles, 19 de octubre de 2016

Isla de Turiguanó: aquella sucursal... del infierno



Escribió: Héctor Izquierdo Acuña
Cuentan los historiadores Federico Naranjo Moronta y Rodrigo Aguilar González, de la ciudad de Morón, que una versión del topónimo Turiguanó se debe a la ocasión en que un aborigen que residía en dicha isla fue capturado por los colonizadores españoles y, como forma de tortura, amenazaron con tirarlo al agua a lo cual respondía aterrado el infeliz nativo con las palabras Tira agua no, Tira agua no..., aunque resulta discutible tal aseveración.

Fue escenario de hechos vinculados a las gestas independentistas tanto en la Guerra de los Diez Años, entre 1868 y 1878, como en la del ’95, y empleada por las fuerzas mambisas como lugar de paso para burlar las fortificaciones de la Trocha de Júcaro a Morón durante la Guerra Grande, y la de Júcaro a San Fernando, después de la reconstrucción del enclave ordenada por el genocida Valeriano Weyler y Nicolau, Capitán General de Cuba en 1896.
Según reflejó la publicación periódica El Remediano, en esa época se utilizó como castigo por los colonialistas el envío de hombres a Turiguanó, teniendo en cuenta lo inhóspito del lugar, plagado de mosquitos, jejenes, caránganos y de cuanto molesto y voraz insecto existiera por esos lares. El ganado se introducía en el mar para poder estar a salvo a causa de las miles de picaduras, tal era la situación que fue llamada La sucursal del infierno.
En la primera década del siglo XX, arribarían a sus costas varias familias suecas provenientes de los Estados Unidos, a quienes los estafadores de la The Malt Company les pintaron un panorama de casas, tierras cultivadas, vías de comunicación..., tal y como les ocurrió a aquellos que se aventuraron a fundar colonias como La Gloria City, Omaha, Palm City y otras, y que al llegar, esperanzados, se encontraron con una dura realidad.
Solo unas 20 familias comenzaron de cero; otras, regresaron apenas tuvieron algunos ahorros, y varias, como los Swamberg, Palm, Orson y Grand, se trasladaron poco después a Morón, Sola, Ceballos,...
Más tarde llegó Ezra J. Barker, rico norteamericano, que introdujo la raza de ganado Santa Gertrudis, con ejemplares del famoso King Ranch. Mr. Baker, como le decían, sentía más amor por un perro que por la vida de una persona. Hasta se negó a prestar su barco para trasladar a un enfermo hasta Morón, atravesando la Laguna de la Leche, única vía de comunicación; en cambio, tiempo después transportó a uno de sus mastines para que fuese atendido en la ciudad.
El resto de la población de Turiguanó era diversa e incluía inmigrantes españoles y de otras nacionalidades, cuya labor consistía en hacer carbón en hornos que debían velar día y noche. Vivían dispersos, en chozas de mala muerte.
Debieron hacer, a mano, canalizos entre los esteros para poder sacar las yanas o trasladar los sacos de carbón, y luego, con las magras ganancias, tomar un corto descanso en la ciudad de Morón, donde era habitual verlos en posadas, burdeles y bares, hasta que se quedaban literalmente “arrancados” y debían retornar a sus faenas.
EL CAMBIO
Por aquella época, esta porción del territorio nacional, de aproximadamente 202 kilómetros cuadrados, contaba con precarias viviendas, y cerca de 350 habitantes, ganaderos y carboneros, dispersos en sus montes y costas. En los primeros años de la Revolución se construyó la carretera que la une con Morón, atravesando terrenos cenagosos.

En 1959 el Comandante en Jefe Fidel Castro visitó la Isla, y, poco después, comenzaron las labores de levantamiento de un centro porcino y la construcción de los viales interiores. Al año siguiente arribó una compañía del Ejército Rebelde para fortalecer la mano de obra que tenía la misión transformadora. Con este personal se inició la edificación del Poblado Holandés.
El comandante Manuel Enrique Fajardo Sotomayor, administrador de la Granja del Pueblo Turiguanó, en 1961, durante una asamblea de vecinos, afirmó: “Antes aquí solo había una ley: la del amo... pero ya no hay amos y a los campesinos se les construye una ciudad, escuelas y un hospital, y se les asegura trabajo permanente todo el año.”
Luego de la alfabetización, el 21 de septiembre de 1963 llegó la electrificación, las tinieblas que nublaron la vista y la mente de los explotados carboneros y sus familias desaparecieron para siempre.
Muchos afirman que las características de su arquitectura se deben a una idea de Celia Sánchez Manduley, quien realizó una visita a la Isla; así surgió el asentamiento, sobre una pequeña elevación conocida como la Colina del Pavo, con viviendas de dos plantas y una arquitectura agradable, de techos rojos y líneas propias de la tipología constructiva de los Países Bajos, destinadas a carboneros y jornaleros.
Su infraestructura cuenta con Casa Comunal, parque infantil, bodega mixta, Consultorio del Médico de la Familia, y otros servicios.
 
Con el desarrollo del turismo internacional, la Comunidad Celia Sánchez deviene atracción, por la belleza y la armonía de su peculiar estilo, y causa admiración a todo aquel que transita por la carretera que enlaza a Morón con los centros turísticos del destino Jardines del Rey.

1 comentario:

  1. Hola como puedo contactar de forma privada con Héctor Izquierdo Acuña de los nombre que mencionó tengo familiares lejanos y me gustaria saber más. Contacto avigahil2011@hotmail.com

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